JAIME DE LA GUARDIA A.
POR SAMUEL LEWIS GALINDO
Conocí a “Jimmy” De la Guardia hace muchos, muchísimos años. Hijo del recordado galeno Jaime De la Guardia y Matilde Arango quienes eran, por afecto, integrantes muy apreciados de nuestras familias. Recuerdo mucho con gran nostalgia los domingos cuando muy joven, Jimmy con su familia y yo con la mía pasábamos juntos en el “Caney” finca veraniega de Jaime y “Maty” en Arraiján.
“Jimmy” casado con Rosemary Porras tuvo una hija, Elisa, que contrajo matrimonio con mi hijo Enrique. La amistad y el afecto con él y “Rosie” se acrecentó por la nueva relación familiar.
Con el pasar de los años fui conociendo mejor y más íntimamente a “Jimmy”. Llegué a admirar muchas de las virtudes que adornaron su prolifera personalidad. Procuré emular su dedicación por su familia. Su vida giró siempre en torno a ella. Fue algo que me impactó y dejó huellas imborrables en mí.
“Jimmy” sentía una pasión incontrolable por el golf. Hombre de naturaleza tímida, con una humildad genuina y un físico endeble, sufría una transformación radical al llegar al “tee” del primer hoyo. Dejó su sencillez a un lado y dio paso a la arrogancia. Su característica timidez, la convirtió, como por arte de magia, en agresividad. Su tolerancia la dejó atrás para ser inflexible. Su excelente juego, que intimidaba a sus adversarios, se lo permitía. Sin duda alguna fue un gran golfista, pero también un gran caballero. Siempre fue estricto en su juego y muy formal, pero sobre todo honesto como pocos.
Seguí sus pasos como golfista, pero nunca jugué con él; le tenía miedo, así era de bueno él en su juego y yo de malo en el mío.
Octubre 26, 2005.